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rado de ellos y rodeado de la consabida escolta. Lv más in– dicado parecía Jmir, una vez que en la estación misional no. había. ya nada que hacer. La Santa Infancia y los dos com– pañeros maniatados no tenían ya otro amparo que el de la Divina P.::ovidencia. Nada importa que yo estuviera ausente o presente. Mi optimismo había sufrido una rudisima prueba al estrellarse contra la dura y triste realidad. ¡ Pero cuán fácil es ser J>rofeta y prevfao1· después que se han cousumado los hechos cuando las cosas Y.3 no tienen remedio I Nada hice Los tres misioneros: R. P. Fernando de Dima, R. P. Bartolomé de Puente y el Vble. Hno. Fr. Isidro de Artázcoz. por evitar mi prisión ... ~- imanto vino después. Al fin se echaron también ~obre mí aquellas fieras, y me ataron como a los dos anteriores. Cito de nuevo el relato cfol P. Bartolo– mó en V.erdad y Caridad: "Se lanzan con furia sobre no~ otros, nos agarran fuertemente y comienzan a atarnos. Rápi– dos eran sus movimientos y por Jo mismo no acertab11n a suje. tarnos. Y como si la culpa fuera nuestt-a nos castigaron a -24-

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