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ñfa nos seguiría y observaría hasta qu,: pasái·amos lo~ luga– res de más peligro. Con la emoción c¡ue se adivina, me dt>.~– pedí del coronel y de sus bravos muchachos, y montado :so– bre un hermoso caballo blanco y acompañado de la escolta a11tedicha mandada por un teniente, emprendí el camino de regreso a mi residencia. Por donde quiera que pasaba, las gentes salían a verme y me aclamaban como si fuera un gra11 conquistador y no un pobre fraile reconc1uistado. Caminamos sin novedad durante todo el día, y yn a la caída de la tarde hicimos a lto en 'rsen·hao-tsnang, lngar que a mí se me anto– jaba un tanto sospechos y bermejeante, aUIH¡ue mis acompa– ñantes no creían tal . Pensando en ellos y en los riesgos que p~dían corrl'r durante la noche, les recomendé que aguanta.sen y estuviesen ojo alel·ta. El teniente me prometió que así lo harían; y al efecto proveyó a los centinelas de abtmdantes cigarillos. Pero aquellos ciganillos debían ele tener opio. por– l¡ue los fumadores acabaron por dormirse profundamente. Só. lo yo pasé toda la noche en vela aI fnpg1, ei;cuchanclo el con– cierto de ronq\úclos y resoplido~ ele mis ,•igilantes . .Aprovechando la luz de la 1mm nos pusimos en marcb,i an– tPs de ama11eeer el día 8. Solamente el teuieute y el ex-eautivo íbam-is caballeros en sendas be.stias. Habríamos andado co– mo unos t1·es kilómetros, enando a! lado de una gran pagoda vimos que ardía 1ma hoguera. El te1üente se apeó y dispuso su columna militar en cuclillas al borde del camino. También yo me abracé a la madre tierra. El teniente me elijo en voz b11- ja que aquella pagoda y junto al fuego babia soldados regu– lares o tma cuad1·illa de bandidos. Estuvimos un buen rato mirándolo$. Por fin el joven teniente, l'esuelto y valeroso has– ta la temeridad, para salir pronto de dudas. envió a la pago– da a sus pesquisidores. bs enales ~neron recibido.~ a tiro lim– pio po1· los moradores ele la misma . .ól ruido de los disp;.ro~ los exploradore,¡ retrocedieron .,· la eolt11u1rn M dispe1·só co– rriend? en busca de parapetos, en lo cual les imité arojando cuanto me estorbaba y ocultándome en tm cerro próximo. Los regulares preguntaro11 ele lejos a los atacantes: " 6 QuiénM sois o ele quién soi~ f'• A lo <1ne contestaron: "Somos soldados de Ta-'>e-ling" . A Pstas palabra /\e clió la voz de ¡ alto <'l ftté– go ! Ellos quedaron en la pagoda y nosotror; proseguimos nues- -115 -
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