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'mos b más saliente ele 1me;;tras andanzas. deteniéndonos algo en la muerte ele To-txia-rsnang. También aquí execramos la conducta ele Bal'l'abás, contra quien yo, a.eternum serva.ns sub pectore vulnus, debía tener algíin secreto rencor. Pero la com,ersación lenguidecia por momentos; ele mis contertu– lios, unos cabeceaban, ,:¡fros bostezaban, algunos ensayaban un crescendo desde lm resoplido suave hasta un fo·rtísimo ron(glido. Nos clejamr,s, pnes. transportar en brazos de Mor– feo a la misteriosa J' ei1caQtaclora región de los sueños... Faltaba todavía una hora para la media. noche, cuando nos despertaron fuertes ladridos de perros de Se..o-ta.i: claro indicio de que se avecinaban gentes extrañas. Los rojos se incorporan y empuñan las arma.s. Los guardias de nuestra cueva gritan a los que se agitan fuera: "¡.Alto! ¿ Qnién va? - Somos nosotros, responde Barrabás; levantáos, y foera todos''. Con grandísima pereza abandonamos nuestros tibios leelros. ¡ Tan bien como estábamos aquí! Los centinelas recién ven.i– dos de los puestos destacados tuv~eron una breve conferencia con nueswo comandante, y acto contíi,uo nos pusimos eil marcha río abajo. Había mucha nieve, en la. que yo por la condición de mi calzado, resbalaba a cada paso. Noche de– SMtrosa y peligro~a, sin u.na estrella en el cielo. Toda ella fné un contínuo subir y bajar por escaparacb:>.s cenos y pro– fundos barrancos. Milagro ele Dios fué que no uos descris– náramos. Mis compañeros ele p1·isión sufría11 lo indecible. Los pobres, por .su Mtal desconocimiento ele la higiene y por la inmundicia ele los lugares qine ha.bitábamos. tenían sus cuerpos plagados ele malignos ántrax . Y si su traza exte– rior l'rll la de unos Lázaros ambulantes, no andaban mucho mejor sus órganos internos. 'Dodas las mañanas se despertll– lJan con los pulmones fnert.emente afecta.dos, a causa de su indolencia o pereza para practicar cualquier ejercicio físico . .A pesar de todas sus llagas y dolorosos trastlornos, tenían qne correr por caminos ásperos y resbaladizos. .AJ rayar el día estábamos en la encrncijacla de Ling-txia-miao. Nuestros jefes tuvieron aquí una sesión secreta, que aunque breve en sí, a nosotJ•rys nos pareció eterna a causa del frío que nos pe– netraba los huesos. Teníamos delante el camino qne conduce 11 San Miguel de Yu-jumiao, donde yo l1abía comprado el - 10-1-

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