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88 Procure el sacerdote vivir la realidad so– brenatural, y esta lo convertirá en apó~tol. El acento que emplea una madre para aconsejar o manifestar amor a su hijo, es el más artístico de todos; y el que usa esa mis– ma mujer en el teatro para representar ese mismo papel, no es más que un pálido refle– jo de la verdad. Si dos· niños han de actuar en la escena disputando e increpándose mutuamente, ne– cesitan un maestro que se les enseñe, y en cambio si ejecutan eso mismo en la calle, lo hacen admirablemente, sin necesidad de maes– tro alguno. Si en ese mundo fantástico de la pantalla un grupo de jóvenes ha de defender a su pa– tria acometiendo al enemigo, se hace preciso un director que les muestre el modo de auto– sugestionarse a sí mismos. En cambio, en el campo de batalla, no necesitan de director ni de autosugestión. Es que para esa madre, y para esos jóve-

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