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:zo con un latín tan desastroso, que uno de los Cardenales lanzó esta exclamación, al oír~ le hablar así : jQuam perperam latrat bat·ba– rus iste! Llegó, a las pocas horas, la frase a noticia del conferenciante, y le dolió en el alma, co– mo es natural. Pero viendo que el Eminentísimo tenía ra– zón, se aplicó con todas sus fuerzas a librarse de aquella tara, que era realmente un descré– dito para él. Y el resultado fué que, a los pocos meses de labor tenaz, ya estaba el censurado como para dar lecciones de latín a su mismo censu– rad'br. Si el lector tiene el buen gusto de hojear, su obra clásica, De Locis theologícis, verá con qué elegancia de lenguaje expone allí sus pro– fundas ideas ese sabio padre dominico. Cree uno, al leerle, que está leyendo al mismo Cicerón. Eso es propio de hombres grandes; en vez de enojarse, corregirse,

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