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al volver dón Cándido a leer la escena, nue– vamente versificada, exclamó satisfecho: ¡Es– to es otra cosa! Ahora se puede representar. Y se representó; y obtuvo un éxito ver– daderamente ruidoso. Entre los admiradores más. entusiastas es– taba el gran Tamayo. ¡ A cuintos oradores les vendría bien un juez de su causa tan inexorable como don Cándido! Pero hay predicadores verdaderamente in– corregibles; no porque no necesiten correc– ción, sino porque la rechazan decididamente.. Tienen en su apostolado un día feliz, y suena en el espacio, después de su discurso, una frase notable de elogio, que vibra en sus oídos con una melodía celeste. Recogen la frase ·con júbilo, la saborean ebrios de gozo, y luego la sepultan cuidadosa– mente en lo más profundo de su imaginación; cierran el arca con siete llaves, y aquello no .se abre jamás.

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