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DECIMA Corregir los defectos· Siendo la oratoria un arte tan difícil, bien puede asegurarse .que no hay orador sin de- fectos. · Algunos de ellos son inevitables, y de ellos no hay que hablar, sino tener paciencia y ofrecer a Dios esa contrariedad y esa humi– llación. Y ¿qué se hace con los defectos que son perfectamente corregibles? Porque la verdad es que el que predica vive en un ambiente desorientador. Aquí sí que se puede decir que los árbo– les no defan ver el bosque. Los que alaban al orador son precisamen– te los que le desconciertan. ¿Predicáis un sermón que apenas mere– .cería un 5 en las aulas? Pues las frases del comentario serán estas: ¡Muy bien, Padre,

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