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En una ocasión, y, estáú.do yó presente, se hablaba de cierta festividad religiosa, y uno de estos imperturbables dijo: en esa festivi– clacl precisamente prediqué yo; y por cierto, que durante sesenta y cinco minutos tuve al pueblo pendiente ele mis labios. "Sn duela es verdad, dije yo para mí al oír esas palabras de vanidad pueril; aunque tam– bién los ahorcados están pendientes, pero con– tra su voluntad. Por lo demás, no dejan esos señores de palpar alguna vez las consecuencias de su verbosidad insaciable; porque es frecuente el caso de que los padres conscriptos de alguna cofradía se reunan para escoger al futuro pre– dicador de la fiesta; y al sonar como candi– dato el nombre de alguno de los retratados aquí, salte uno de los cofrades, diciendo re– sueltamente: "Ese no, de ninguna manera; que, aunque predica niuy bien, empieza y no sabe terminar". En el auditorio, como en el organismo fi– siológico, hay tres estados : el hambre, la sa-

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