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cualquier persona, no digo cristiana, sino de sentido común. Y ¿ qué hacían los fieles, me diréis, mien· tras el predicador desplegaba ese cuadro de maravillas? Lo que hace un pueblo, que acu– de a las puertas del palacio a pedir alimentos al rey y el rey no quiere salir porque está en– tretenido con los grandes de su corte : aguar– dar mucho tiempo allí y viendo que no apa– rece el monarca, volverse a su domicilio, tris– te, desencantado y hambriento. Parvuli petierunt panem et non erat qui frangeret eis. Podría decirse en cierto modo de este li– naje de predicadores, lo que de los gentiles dijo S. Pablo: Veritatem Dei in injustitia de– tinent. Son los detentadores de la verdad de Dios. Para ellos la sagrada tribuna no es más que una palestra de exhibiciones vistosas an– te un pequeño coro de elegidos, y el pueblo,. que compone la casi totalidad de su auditorio,
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