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debe buscar la belleza literaria', sino las al– mas. En una conferencia o en una serie de· conferencias científico-religiosas donde se dan· como cita los hombres ilustrados, eleve el ora– dor su lenguaje todo cuanto quiera, que su distinguido auditorio le acompañará fácihnen– te en sus ascensiones; pero en la predicación popular, no. Aquí el pueblo manda y los inte– lectuales si los hay en él (que siempre los suele haber, aunque no sea en gran núme,ro)· tienen que acomodarse y hacer el papel de· pueblo por entonces. No pierden tiempo; porque, si el estilo sencillo e~ propio de las inteligencias no cul– tivadas, no es indigno de los hombres de ca– rrera. Además que también en estilo sencillo pue– den decirse cosas sublimes. Precisamente. ese es el más adecuado para expresarlas, como di– ce Menéndez Pelayo, hablando del OTELO de Shakespeare, en el cual, al componer la· escena más culminante de la obra, rebaja el autor premeditadamente el lengüajé, y descri-·

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