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rfa: ¡Que toquen cualquier cosa, menos la Novena Sinfonía de Beethoven! Del citado hecho fisiológico deduzco esta consecuencia y este consejo para el predi– cador. En todos vuestros sermones, pláticas y con– ferencias, de cualquier género que sean, con– ceded a vuestros oyentes dos tiempos de des– canso por lo menos. Romped el ritmo de los sonidos y cambiad de tono, frenando vuestro ardimiento y ha– blando con voz moderada. Esa variante es agradabilísima a los oyen– tes. La experiencia lo demuestra. En cierta ocasión oía yo un sermón quE: empezó como el de la Virgen del Robledal, con grandes ruidos. Pero el orador era veterano, y a los diez minutos o cosa así, y cuando empezaba yo a impacientarme y creo que también todos los
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