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!:ores, que también suelen excederse, y el pre– dicador en la tribuna sagrada. Ahora bien, el grito continuado es una mo– notonía y lo monótono llega a ser un tormen– to, una especie de checa para el tímpano y para la fantasía; y esto aunque el sonido sea agradable. Una melodía dulcísima cantada al oído del más aficionado a la música, sería un gran placer durante algún tiempo : A los pocos día~ sería un padecimiento y, si se prolongara muchos meses, un tormento infernal. Con la Novena Sinfonía de Beethoven eje– cutada ininterrumpidamente durante toda la eternidad se podría formar el infierno del hombre más entusiasta de esa estupenda obra del músico alemán. Y si pasados muchos años de tortura, se le concedía unos días de silencio al torturado, dándole luego facultad para elegir la nueva pieza que se había de tocar, el interesado di-

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