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49 y- en pocos días, queda armada una magnífica pieza oratoria. Que el entusiasmo va aumentando en el predicador conforme avanza el tiempo, no hay por qué decirlo. Y crece todavía más cuando, amanecido el día grande, se encuentra ya en la Villa ci– tada y llegan a sus oídos el clamor sonoro de las campanas volteando como locas en la to– rre, los estampidos de los cohetes en el aire, los acordes de la banda, ya camino del tem– plo, y se ve a sí mismo convertido en el objeto de la curiosidad y las miradas de todos. De pie ya en la cátedra sagrada, y tenien– do delante de sí aquella multitud sonriente de alegría y devoción, se santigua y, sin más aviso; suelta y pone a toda marcha.la caja de los truenos. La primera embestida de aquella catarata de sonidos la soporta el pueblo muy bien, y , hasta le parece que así tiene que ser. Pero lo dramático hace vibrar el sistema nervioso, y esas vibraciones resultan luego molestas; as:í es que a los diez minutos de
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