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47 Otras veces habla recio el predicador de puro miedo. Es extraño el caso, pero es real. Hay individuos en los cuales el' complejo de inferioridad ante el auditorio dura toda su vida, sin curación posible; y, a1 predicar, gritan, como el niño cuando camina por · la noche en despoblado, para a:nimarse a ,sí mis– mo y ahuyentar no sé qué cosa terrible que no está más que en su imaginación. Pero la causa más común del grito en el orador, es el entusiasmo excesivo producido en él por cálculo y por instinto a la vez.' Pon– gamos un caso:- Un predicador recibe una carta dirigida desde cierta· villa, aspirante a ciudad, en que . se le invita a predicar el sermón de la Pa– trona. "Se llama la Virgen clel Robledal, le dicen en la epístola, y j hay que ver lo que se la quiere en este pueblo! Pecadores somos, pero para nosotros la Virgen clel Robledal es el de-

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