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SEXTA No vociferar Tanto la acción como la emisión de la voz deben ser siempre moderadas. Por algo se lla– ma sagrada la oratoria del templo. Si por no tener condiciones de actor, no sabéis qué hacer de vuestros brazos (algunos se dejarían con gusto los suyos en la sacristía, al subir al púlpito), refugiaos en una acción pálida y poco expresiva, antes que lanzaros a trazar en el aire, sin ton ni son, mil figuras. geométricas, que, a veces, no ajustan bien con las ideas a que· se aplican. Al ver este detalle, que algunas veces se ve, me acuerdo yo siempre de aquel gracioso de no sé qué comedia que actuando en esce– na, decía: Iba bajando, bajando, bajando... y, mientras pronunciaba estos gerundios, di– bujaba en el espacio, con el dedo índice de su

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