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· Un· í:ritimo amigo suyo llegó a caer pre– dsamente allí en el primer día de la Navena, y soi·prendió al predicador, haciéndose encon– tradizo con él al bajar del púlpito. Se .saludaron, y le preguntó el orador.: ¿Me has. oído? ¿Qué Ú ha parecido? A lo que contestó su amigo : Me has parecido ad– mirable y desastroso. Quedó perplejo el .orador al oír esa rés– puesta contradictoria, y el otro continuó : ,¿Cómo quieres que a las hermo~as ideas que has predicado le.s dé el auditorio importancia, sitú mismo ~o se la das?... Si a un párrafo que para pronunciarlo bien exige minuto y medio, tú no le concedes más que treinta se– gundos? Si las palabras se deslizna, rápidas, por tus labios, como una golondrina cuando pasa rozando por la superficie del río? Esto no puede s,eguir así y se ha de remediar hoy mismo. Y tuvieron los dos un coloquio de más de una hora; y con tanta vehemencia le habló aquel buen compañero, y tanto deseo mani-

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