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Cátedra, llevando del sermón nada más que el esqueleto, en vez del sermón, le sale un difunto". Pero hay predicadores que repentizan, no por indolencia ni por sistema, sino forzados por la necesidad : Párrocos agobiados por el trabajo, que tienen que subir al púlpito sin poder preparar su plática, o que tienen que suplir a un coadjutor repentinamente indis– puesto u obligado a ausentarse; misioneros que se ven precisados a dirigir una alocución o a predicar una conferencia, que es necesa– ria, pero que no estaba en el programa, etcé– tera, etc. ¿ Qué hemos de decir de estos casos y otros mil que pueden presentarse? Nada que no sea favorable para esos beneméritos propagadores del reino de Dios. Ante la necesidad no hay ley, y por consi– guiente, tampoco sanción; y no puede ofen-
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