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libros múltiples escritos por el hombre, me permito recomendarte, para el estudio de la Teología al seráfico Doctor S. Buenaventura, que enseña y enfervoriza al mismo tiempo, a Escoto, a Suárez, y a esa especie de universo científico llamado Santo Tomás de Aquino, cuya fama no cabe en el mundo, y con raz6rt, porque, fuera de las ciencias experimentales y exactas, apenas falta en sus obras nada de cuanto puede ilustrar provechosamente a la inteligencia humana. ¿Quieres ver ahora a esa Teología en el campo de la elocuencia, y adornada con las galas de la Literatura? Pues lee, te suplico, a los grandes apologístas católicos, singular– mente a los del siglo XIX, donde se destacan figuras tan eminentes como Balmes, Donoso Cortés, Augusto Nicolás, el Conde de Maistre, Mgr. Bougaud, vulgarizador del dogma en forma brillante, el P. Monsabré, el fervoroso P. Ravignan, el elocuentísimo P. Félix y el, además de elocuentísimo, genial P. Lacordai– re. ¿ Qué se podrá decir ya de la Iglesia y

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