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Y al columbrar su sin igual ceguera y que no obra llevado de la envidia sino que es Lucifer quien allí impera ínstigándole acérrima perfidia, dirige al cielo el rostro macilento y exclama así con moribundo acento: -«Padre mío., aceptad en sacrificio mi sangre, mis congojas y dolores... pero perdónalos; mirad propicio aquestos infelices pecadores, que, aunque de mi se vengan y deshacen no comprenden, no saben lo que hacen.» Dice; y al punto el Padre se sosiega, y en el acto revoca la sentencia, mientras Luzbel de confusión se ciega al vislumbrar de Cristo la clemencia y clama con horrísono alarido: «Cierto que es el Mesías prometido.» 57 Fuenterrabla 20 de Abril 1916.

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