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32 ¡Oh qué desastrada suerte! siempre estaría gimiendo siempre a raudales vertiendo lágrimas sin compasión. Continuaría sumido en un mar de desventura, esclavo de la amargura, lleno de desolación. Sin cesar apuraría las heces del sufrimiento y de calma ni un momento se le daría a gozar. Hasta que pór fin rendido y doblando la cabeza al peso de su tristeza vendría en la muerte a dar. Pero Vos sois un torrente de caridad y ternura, un piélago de dulzura para el pobre pecador. De tus .labios se desprenden dulces frases de consuelo que ahuyentan el desconsuelo e infunden nuevo valor. ¿Qué madre por mucho que ame al hijo más adorado podrá ponerse a tu lado y decir «más amo yo?»

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