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Ameno y frondoso huerto por doquier lo rodeaba, donde un anciano se hallaba de extraordinaria beldad. . Bajo una copuda acacia y en el suelo arrodillado libre de todo cuidado se entregaba a la oración. Su rostro sereno y limpio, sus ojos hermosos. soles claros cual los arreboles de la celestial mansión. Luenga y plateada barba adornaba su figura con un tinte de hermosura que jamás se vió otro igual. Unas míseras sandalias usaba como calzado y un hábito remendado le servía de sayal. Tras de continuos suspiros sale de su arrobamiento y mirando al firmamento así comenzó a hablar: «A su fin toca la tarde, el sol ya desaparece y la tierra se adormece convidándome a rezar. 3 27

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