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EL ADIOS ¡Qué tristes morían del sol los reflejos, la luz vespertina, las lumbres del cielo!.. La tarde expiraba, como envuelta en mortal desconsuelo, sin cantos de aves, sin ruidos de insectos, sin murmurios de brisas y fron~as, sin arrullos, ni abrazos ni besos. ¿Por qué callan los dulces zagales que las selvas poblaban de acentos? ¿Por qué lloran las flores vistosas? ¿Por qué gimen los mansos corderos, y no saltan, ni triscan ni balan cruzando el repecho? ¡Ay que el sol de la Umbría se apaga! ¡Ay que muere el dulce Poverello! El amigo de las flores, el amigo de los céfiros, el cantor de la Pobreza,

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