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dice que "se conservó siempre inocente y puro". Y sus paisa– nos sintetizaban sus alabanzas llamándolo el santito . De distintos medios se vale Dios para llamar a las ·almas al Estado Religioso. Para llamar a Vicente a la vida capu– china se valió del dolor, de una enfermedad. Ya en el apogeo de la juventud, se sintió feliz, amado y halagado de todos, cuando le sobrevino una grave enfermedad, que pareció iba a poner fin a su vida en poco tiempo. Viendo que no surtían efecto los medios que le aplicaba la ciencia médica, acudió a San Francisco de Asís, de quien era muy devoto, e hizo la promesa de ingresar en su Orden, entre los Capuchinos, si recobraba la salud. Recobróla muy pronto, pero no se preocupó de dar cumpl:imiento a su promesa, y así iba pasando el tiempo sin pensar al parecer, en ella. . Un día salió al campo a caballo, y cuando regresaba a casa, en un punto de mucho peligro, se le desbocó el caballo, y viéndose perdido, renovó su promesa de hacerse Capuchino, resuelto a cumplirla cuañfu antes. Y- así lo- hizo. Superadas las dificultades que los suyos oponían a su resolución, se despidió de Laconi, y acompañado de su padre se dirigió al Convento de Capuchinos de Cágliari, donde fué admitido a la Orden por el P. Provincial. El día 10 de Noviembre de 1721 recibió el hábito de no– vicio, cambiándosele el nombre de Vicente Cadello por el de Ignacio de Laconi; y transcurrido muy laudablemente el año de noviciado fué admitido a la santa profesión. Los diecinueve años siguientes a su profesión los pasó en el Convento de Buoncamino, ocupado en diferentes oficios, principalmente en la limosna, en el lanificio y en la cocina. Mientras se ocupó en la cocina, se distinguió por su gran es– mero en preparar la comida para los Religiosos, y por la extre– mada limpieza en todo lo que a ella se refería. No pensaba que preparaba comida para hombres sino para ángeles. En 1741 fué nombrado Limosnero de la ciudad de Cá– gliari, ejerciendo ese cargo durante 37 años, hasta 1778, en que ya ciego y acabado por la vejez, los Superiores tuvieron que relevarlo necesariamente. Su andar por las calles de la ciudad era una predicación. - 98 -

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