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Sintió en su alma el llamamiento de Dios, la santa voca– ción a la vida religiosa, el despego ·de los honores y riquezas del siglo, para seguir en la humildad, en la pobreza y en la penitencia a Ntro. Señor Jesuscristo. Fué sin duda la Madre celestial la que lo condujo como por la mano al noviciado de los Capuchinos de Frossombrone. En vano su familia, queriendo retenerlo en el siglo, puso en juego las más poderosas influencias; en vano los religiosos mismos, temiendo que un joven educado en tanta delicadeza no pudiese llevar la austeridad de la Orden, se resistían a admitirlo; en vano el demonio se desencadenó furioso con– tra este recluta de la Cruz. Venció todas las dificultades y vistió con estremecimientos de gozo indecible el hábito de novicio Capuchino. Entonces se le cambió el nombre de Mar– cos Passionei por el de Benito de Urbino, con el que se le conoció de allí en adelante. Una enfermedad misteriosa le sobrevino durante el tiem– po de la probación;- acudió con confianza de hijo a la Madre celestial, y ésta lo sanó milagrosamente, para que pudiese con– tinuar en la carrera de la santidad, en la que había entrado. Quedóle una salud un poco endeble, una complexión delica– da, pero él supo imponerse después de la profesiónt mortifi– caciones tremendas, y emprender obras gigantesc;as, que llevó a cabo con admiración de todos. "El cuerpo o el alma; uno de los dos, decía él, tiene que ser sacrificado necesariamente". Viéndolo entregarse tan sin medida a la penitencia, se le repetía este consejo de prudencia humana; "Conservaos, no abuséis de vuestras fuerzas. ¿ Con– servarme? -respondía él-, pero yo no encuentro esta recomen– dación en el Evangelio, ni en las vidas de los santos. Es Dios el que nos conserva, y nosotros, nosotros debemos consumir– nos en su santo servicio". Su principal trabajo era la predicación. Lo esclarecido de su nombre y talento atraía al pie de la cátedra sagrada au– ditorios distinguidos; pero él, verdadero apóstol franciscano, sin ningún cuidado de literatura humana, predicaba con toda sencillez y llaneza el santo Evangelio, pues, como San Pablo, - 72 -

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