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la portería un alto personaje enfermo-, que ha veniclo a recomendarse a sus oraciones. Fray Crispín arranca una flor muy hermosa del ramo que acaba de colocar en el altar, y se lo da al que ha venido a llamarle, diciéndole: "Decid a vuestro señor que la Madona le envía este presente; es el re– medio con que sanará". Lo que se verificó al instante mismo en que aspiró el perfume de aquella flor. Bueno y dulce y caritativo para todos, para sí era todo lo contrario; duro, mezquino, intransigente. A pesar de su debilidad y falta de fuerzas, se imponía penitencias y priva– ciones espantosas, de las ·cuales sólo los Superiores tenían conocimiento completo. A estas austeridades se juntaba un reumatismo agudo, que encorvaba su cuerpo y deformaba los dedos de sus manos, obligándole a apoyarse en un bastón, cuando tenía que andar algunos pasos. Dios lo probó también con arideces de espíritu, desola– ciones, escrúpulos muy penosos, y con angustias muy hondas del alma. El enemigo Ínfernal se desencadenaba contra él, ha– ciéndole devorar mil torturas amarguísimas. En todas estas pruebas, él, tomando el corazón en sus manos, se abandonaba ciegamente en las de su Madre Celestial, y salía victorioso de las pruebas y repetía lleno de ánimo y entusiasmo: "María es la causa de toda mi alegría". Con la misma alegría miró la muerte, que le sobrevino dulcísima a la edad de 82 años, en Roma, el 19 de mayo de 1750, recibidos con la mayor devoción los Sacramentos, be– sando su crucifijo, e invocando a Jesús y a María. Fué beatificado por el Papa Pío VII, el 7 de setien'ibre de 1806. - 66 -
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