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La vida d_el santo portero, durante los cuarenta y pico de años que permaneció en Altoetting, estuvo sujeta a un horario jamás- alterado. A las tres de la mañana bajaba a la iglesia, hacía una larga oración y preparaba la sacristía, adornaba los altares, ayudaba las primeras misas, de modo que el Hno. Sacristán, anciaf!O y enfer,mo, pudiese gozar de un poco de reposo. En la. primera misa comulgaba todos los <lías, cosa que en aquellos tiempos era algo excepcional. Uno de sus gran(tes amores era la devoción a Jesús Crucificado. "El Crucifij :> es mi libro, decía: una mirada u la Cruz me enseña en c::.da momento el modo de portarme". Cuando hacía el Vía Crucis, iba regando el suelo con sus lágrimas, y parecía no poder apartarse de las distintas esta• c~o?es; no menos de una hora empleaba en ese piadoso ejer– c1c10. La devoción tiernísima a · la Santísima Virgen era otro delicado .matiz -de su· ·alma. Desde los primeros años de su vida aprendió, de labio&.de su santa madre, el amor a :María. La edad no hizo más qt:.e acrecer, robustecer y hermosear es– ta devoción. Los que llamaban a la puerta, ya sabían que las primeras palabras de Fr. Conrado sería:'! un saludo cortés, mezclado con una invitación al amor de Jesús y María. En la portería, junto a la puerta había una piecita pe– queña, oscura, oculta debajo de la escalera, rinconcito que nadie habitaba, y que era conocido con el pintoresco nombre <le "celda de San Alejo". El corazón de Fr. Conrado saltó de gozo al fijarse en aquella única ventanilla, que tenía aquel cuchitril: daba precisamente a la iglesia, y desde allí podría ver, siempre que lo quisiera, el amado sagrario y la imagen de la Madre Celestial. ¡ Quién podría decir los ratitos que pa– saba mirando desde aquella ventanilla, y los fervorines encen– didos que desde allí dirigía a Jesús Sacramentado y a su San– tísima Madre! Pero había de llegar al fin: y así en cierto día, después de atender con el cariño de siempre a unos grupos de pere– grinos, notó que le empE.zaban a faltar las fuerzas del cuerpo, y tres días después entregó su alma al Señor, después de re– cibir con el mayor fervor los Santos Sacramentos. No consta - 49 -

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