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ceñían, aquellos pies descalzos, aquellos ojos de humildad y pureza, todo ello hízole una impresión hn conmovedora, que no podía apartar de su mente aquello que había visto. Y des– pués En. sus frecuentes visitas al Convento y en el trato con los religiosos que en él moraban, se afianzó más en su resolución, y al poco tiempo ingresaba en el noviciado de los Capuchinos, cambiando su nombre de bautismo, Julio César Rossi, por el de Fray Lorenzo de Brindis, con el que le conocemos. - Acabado el noviciado, fué puesto al estudio de las ciencias sagradas, para hacerse más apto para el ministerio apostólico. Y como estaba dotado de un ingenio tan singular y de una me– moria tan grande, aprendió no sólo la filosofía y la teología, con sus ciencias accesorias sino tarnb.ién las lenguas griega, hebrea, caldea, alemana, francesa, española y con tanta perfec– ción que predicaba en ellas cuando se presentaba la ocasión. Y respecto al hebreo confesaban los oyentes que ninguno de sus rabinos lo hacía con tanta precisión, elegancia y corrección. El atribuía esa facilidad en aprender lenguas extranjeras a un favor especial de la Santísima Virgen. Ordenado de sacerdote, fué entonces cuando se consagró con todo el fervor de su alma y de todas las maneras imagina– bles a procurar la salvación de las almas. No perdonaba sacri– ficios, sudores, vigilias, peligros de muerte; todo le parecía poco cuando se ordenaba a ese fin. Recorrió casi toda la Europa: Italia, Alemania, Hungría, España, Portugal, haciendo bien a todos y mostrnn,:'.o a todos el camino de la salvación eterna. ~Los Papas Clemente VIII y Pauló V lo miraban como su brazo derecho y le encomendaron djversas Le~aciones y Em– baj aclas para Príncipes y Reyes de la Cristiandad, que desem– peñaba el Santo co¡{ tanto acierto , que se veía bien -estar Dios con él.-..en todas esas empresas. A los treinta y un años de edad fué elegido Provincial ,· 1 e Toscana, y luego de su Provincia de Venecia; n~ :Í.é' tarde, Defi– nidor General, y por fin, General ele toda la Orden Capuchina. En todas las cosas que trataba, dejaba impreso el sello de ~antidad y del celo por la gloria de Dios y salvación de las almas, que le movía en todo. - 40 --
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