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las academias, en las cortes, en los campos, en las Universidades, ocupado siempre en funciones tan diversas y tan absorventes, el hombre del claustro y el hombre de Dios, servidor de sus hermanos, niendo a una acción, que se extiende a todo el mundo,.JUl:a- contemplación continua, que lo tiene siempre uni– do a Dios umilde, penitente, verdadero discípulo de San Fran– cisco, modelo de todas las virtudes. Nació San Lorenzo en Brindis, puerto célebre del Adriáti– co, de padres nobles y ricos, el 22 de julio de 1552. Desde muy pequeño, manifestó caprichos, que presagiaban grandes cosas para lo futuro. A los seis años vistió el hábito franciscano, en los Conventuales de modo que ya parecía un frailecito. Después le vino la santa manía de predicar, primero a sus amiguitos, después ' a todo el mundo; eran muchos los que se detenían en la calle para oírle, cuando predicaba desde un apoyo., o de una alturita cualquiera. Los Padres Conventuales le hacían pre– dicar en el coro del -Convento, oyéndole embelesados y conmo– vidos. Un día invitaron al Arzobispo de Brindis para que asis– tiera a una de esas predicaciones en el coro. El Prelado aceptó con gusto, y se escondió en el coro para que el niño no pudiera turbarse al sospechar su presencia. Debió de hacerlo tan bien, tan elocuente y devoto, que el Arzobispo le abrazó tiernamente, y quiso que un día predicase públicamente en la Catedral. La multitud llenaba las naves del templo. Hubo muchas lágrimas de arrepentimiento, conversiones, sollozos y gritos. Se conoce que era Dios el que hablaba por boca de aquel niño. Cuando éste contaba de trece a catorce años, murió su padre, y él fué con su madre a Venecia, a recibir la educación de su venerable tío Pedro Rossi, sacerdote santo - y sabio y Rector del Seminario de San Marcos de áqpella ciudad. Dedicado estaba con toda intensidad al estudio, a la ora– ción y a la penitencia, pues quería prepararse para el llama– miento de Dios, para la vocación religiosa, que ya sentía crecer en su alma, cuando un día vió a dos Capuchinos ir por la calle con mucha modestia y compostura, y fué ese sin duda el mo– mento que Dios esperaba para dar a su corazón el golpe decisi– vo. Se le fueron los ojos y el alma en pos de aquellos humildes religiosos; aquellos sayales pobres, aquel cíngulo con que se - 38-
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