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cuanto pudieron para apartarh de su propósito, pero bien inú– tilmente por cierto; porque a3iendo ella el altar con una ma– no, y mostrando en la otra 1ns cabellos cortados, dijo resuel– tamente a los que intentaban llevarla al seno de su familia: "Sabed que jamás tendré otr,) Esposo que Jesucristo, ni ves– tiré otro traje que este hábito y sayal de penitencia". En vista de tan resuelta determinación se despidieron los enemi– gos de su reposo. Quince días llevaba Ciar.a con las Monjas Benedictinas, cuando apareció por allá su hermana menor, Inés, que había dejado ocultamente la casa paterna y quería seguir la misma vida que su hermana. Se intentó volverla a casa hasta por la fuerza, y cuando así la llevaban, Clara se puso en oración, pidiendo a Dios por su hermanita, y en aquel punto quedó inmóvil, de modo que entre todos no pudieron moverla del lugar. Entonces un tío suyo levantó la mano para darle un golpe, pero la mano quedó ~n alto, paralizada, sin poderla bajar y con grandes dolores ~n todo el brazo. Aterrados con estos prodigios, los agresores se retiraron dejándola libre, y ella volvió toda gozosa a los brazos de su hermana. Después San Francisco la llevó a la iglesia de San Damián, donde cor– tado el cabello y vestido el hábito de penitencia, dió principio con su santa hermana al nov:ciado de una vida más santa y perfecta; y allí tuvo prir:cipio, con las dos hermanas, la vida religiosa de las Clarisas, que tanta gloria había de dar a Dios y tantas Santas había de producir, como lo tuvo en La Por– ciúncula la de los Religiosos con San Francisco y sus primeros c 01npañeros. Cuarenta y dos años pe::-maneció Santa Clara en aquel Monasterio, primero de la C-rden; Madre y Superiora por mandato de San Francis,::o; norma y ejemplar viviente para todas sus hijas. Su virtud favorita fué si~p1;e la santa pob1•eza; no con– sintió nunca que sus Converrtos tuviesen fondos ni rentas; quería viviesen todos de la confianza en el Padre Celestial. El Papa Gregorio IX, c:ue la veneraba mucho, y desde el principio .de su Pontificado se había encomendado en sus ora– ciones, déseó que admitiese rentas y aun se las ofreció para

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