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No hay palabras. Solamente un temblor salvaje y místico. Noche tibia de septiembre. Casi de humo son los pinos. En la cima del Alvernia está orando San Francisco. Como si fueran estrellas tiene los ojos ardidos. Los labios, como si el viento moviera dos rosas, vivos y tiene los brazos altos, misteriosos y extendidos, déhil tronco y anchas ramas para cargarse de nidos. Fue en septiembre la hora en punto para gustar el martirio. Y en la cruz resplandeciente serafín llagado es Cristo. Cinco rayos de misterio son dolor para Francisco, 153
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