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En la herida de una roca -gruta nacida al acaso– está Francisco este invierno de rodillas, meditando. Es de piedra su silencio y sus ojos son dos lagos donde navega el misterio que disimulan sus labios. La rosa del corazón, acariciada en sus manos, le está latiendo en los pulsos como carne de un pecado. Todo el cuerpo como un junco cuando hay viento, está temblando y es su carne tan rastrera que hasta siente olor a barro. A Francisco el hombrecillo de los lirios y los nardos, el de caminos humildes, pan moreno y pardo saco 144

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