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pliamente representada en diversas escuelas y tendencias desde los primeros in– tentos a las últimas novedades. Siendo los tañedores oficiales los PP. Donostia y Olazarán, muchos fueron poco a poco atreviéndose a suplir sus ausencias: Ig– nacio de Aldaz, José de Lesaca, Tomás de Elduayen, Tomás de Larráinzar... Muchos son los organistas, además de los citados, que han servido al ór– gano, ocasionalmente unos, asiduamente otros al residir en Lecároz: P. Bautis– ta de Arrona, P. Agustín de Zumaya, P. Inocencio de E. y desde la muerte del P. Donostia, P. Clemente Elorza y P. Claudio Zudaire colaborando este último además en el órgano de Elizondo (domingos y otras ocasiones) durante los úl– timos 15 años. El piano, hobby o inquietud cultural, prendió rápidamente entre los alum– nos. El P. José Antonio rememoraba la escucha de la Fantasía en do menor de Mozart, respuesta a la prosa del Fr. P. Garanada "Qué tenía la Fantasía que así se grabó en nuestro espíritu infantil (1897) cuando aún hoy, después de tan– tos años surge el recuerdo de aquella noche en que Mozart nos fue revelado... se nos apareció un Mozart desconocido... Sigue conmoviéndonos desde enton– ces y aún más hoy, que a la desigualdad mecánica de aquel pobre Pleyel decré– pito ha sucedido el maravilloso mecanismo de un Erard, claro y diáfano..." (Rev. Lecároz, 1926). En efecto, el 2 de enero de 1904 llegaron tres pianos "uno de gran cola y dos verticales, magníficos los tres" (P. E.) adquisición que se completó a los dos días con otro Erard vertical. Fr. Antonio de Ereño, otro notable músico que convivió con el grupo durante muchos años, a quien se re– galó el piano Erard de cola, lo estrenó al día siguiente, dialogando con la or– questa. Se completó la dotación en años sucesivos de forma que los alumnos contaban con 8 pianos en sendas cabinas, Pleyel, Erard, Gaveau Staub etc. El P. Donostia disponía de otro Erard de media cola, al que profesaba gran cari– ño. Los asiduos al piano rondaban los 25 alumnos que practicaban en 'tiempo de recreo o de estudio; este número fue decreciendo siendo poco más que un número simbólico cuando empecé a sustituir al P. Donostia. A disposición de los alumnos estaban los métodos clásicos: Carpentier, Bertini, Clementi, Czerny, Cramer, Chopin, Dussek, Haller, Hanon, Kessner, Steilbet, Bach, Beethoven, Schumann, Sranguren y Cortot ilustrado por el film. Mientras predominó la or– questa, el piano ocupó un segundo puesto, piezas a 4 manos de Ereño y Do– nostia, o violín y piano se intercalaban con las orquestales. La declinación del conjunto orquestal erigió al piano en el protagonista de la música de veladas, conciertos, entreactos y rellenos. Hasta que el cine ad– quirió el habla, el P. Hilario le prestó su sensibilidad; los autores clásicos o ro– mánticos proporcionaban sus sonatas, marchas fúnebres, valses o nocturnos, pero cuando no era posible acordar la música a la escena, el P. Olazarán re– curría a su fantasía risueña, ingeniosa y viva, sumergiéndose en la improvisa– ción para la que estaba singularmente dotado; de genio chispeante, iniciaba las veladas interpretando de un aliento la Marcha Real y el Gernikako Arbola o la Marcha de los Fueros. Los programas de las audiciones eran siempre de alto nivel. Además de Bach, Beethoven, Brahms, Grieg, Mendelshon y Wagner, (a dos pianos, piano armonium, violín-piano, etc.) se integraban indefectiblemente Debussy o Ravel; menos trillados eran Borodin, Tchaykosky, Rimsky Korsakoff, Koeklin, Saint– Saens, Fauré y Strawynsky y esporádicamente aparecían Strauss, Mouskosky, 276

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