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Rillé, Gorriti, Benedicto, Eslava, Ubeda Montes solemnizaban el Te Deum. Guilmant, Eslava, Zapiráin, Gounod y Fauré, entre otros el Tantum ergo; las Salves y Ave Marías podían variarse cada sábado: Hernández, Laroca. L. de Riga, Zubiaurre, Zapiráin, Blasco, Iñiguez, Eslava, Benito, Bordesse, C1erubi– ni, Giner y otros alternaban con Echazarra, Ledesma, García Pinilla, Juarranz, etc. De Fr. José Antº de S. S. se estrenaron en 1904 Regina, Gozos a Sw Feo. (orquesta), Plegaria (orquesta) y el Himno a la Inmaculada ~antado "paa que lo oyera su familia"; prodigó sus composiciones los años siguientes destacando el Te Deum, con orquesta, realizado para su profesión solemne. También se oyen músicas de Fr. Nicolás de Tolosa, tomás de Elduayen y otros. La nueva orientación litúrgica depura el gusto y el repertorio: V. Goicoe– chea desplaza el miserere de Eslava, alternando con Rodríguez, Otaño, Casimi– ri y Allegri. Para el año 1O la reforma había calado al punto de que no se in– terpreta ya ninguno de los autores fütes citados. Si al principio el material pro– venía de la Lira de Eslava y de la Biblioteca Sacro Musical, luego Músicc. Sacro Hispana y la Procure Générale de Musique Religieuse surtieron de amplia base coral: motetes, responsorios de Victoria y Palestrina, Josquin des Prez, Gascg– ne, Gainville, Lotti, Viadana, Arcadelt, Lasso, etc., se dan la mano con los de Goicoechea, Valdés, Perossi, Donmtia y Ravanello, reservando siempre un res– petuoso hueco para el Ave verum mozartiano. El conjunto de la música inter– pretada en las décadas del 20 y 30 es de alto nivel, donde ninguna rampionería tuvo cabida. El paréntesis de la guerra quebró el discurso musical. La recuperación fue difícil y tanto más meritoria cuantas menos posibili– dades había. Durante muchos años se mantuvo el coro de ti::,les heroicamente, gracias al esfuerzo de muchos profesores que se gastaron eñ el empeño, expe– rimentando cierto resurgimiento con el P. Carlos de Espinal; fruto de esta por– fía es el Cancionero litúrgico (1960) donde se recopilan 141 letras agrupadas según los ciclos de la vida cristiana, tradicionales algunas, n-Jevas o renovadas la mayoría; es interesante el tesón por mejorar las melodías. La reforma litúrgica y la transformación de la vida colegial ha reducido esta música a su mínima expresión; en torno a la Navidad, la Patrona o las Fies– tas colegiales se reanima el Coro con muestras de polifonía. La música profana presenta mucho menos interés: el repertorio es poco amplio y no se renovó mucho. En los primeros años sonaron con frecuencia la Jota Navarra de Brull, los Coros de Rillé, los Mártires de Gounod y algunas canciones vascas como Illunabarra, Sorgin dantza, Boga boga, Uxua, Loa loa; poco a poco se imponen las de Donostia, dos de Guridi y alguna de Uruñuela. Con frecuencia se cita el coro de profesores que estrena la mayor parte de las que el capuchino donostiarra compone para voces graves (1913). Aranzadi (1925) numera a los componentes del "orfeón franciscano": Ignacio de Aldaz, Tomás de L. Victoriano de L. Juan de L. Antonio de l. Andrés de L. Emiliano de A. y Germán de P. dirigidos por el P. José Antonio. Aunque las vicisitudes del año académico no dan margen para extenderse en estas actividades, nunca desapareció este género de música. Música instrumental Su historia refleja las fluctuaciones de la disciplina colegial. La Orquesta y la Banda iniciaron su carrera con el cen:ro. Un ex alumno de los primeros, Eustaquio Lizarraga, escribía en Madre del Buen Consejc: "Ha- 271

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