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Foschini, la de S. Giner y la festiva de B. Torres y varias de Haller. En 1907 aparece Perosi por primera vez con la de Réquiem y la I Pontifical, orquestada por el P. Javier; por algún tiempo llega a ser el autor preferido, de q~ien se cantan siete misas. Zubiaurre mengua hasta desaparecer, Eslava mantiene su Misa breve, Mocoroa, Zapiráin y Gorriti suenan sólo por Navidad; las solem– nidades alternan la Eucarística y la 2ª Pontifical de Perossi. Rodriguez, Vran– ken V. Goicoechea, Canestrari, L. Botazzo, Lamote de Grignon y J. Valdés re– mozan el repertorio. El año de las bodas de plata (1916) representa el final de la primera eta– pa. El número de misas cantadas se recorta decisivamente, se consume menos música al introducirse las vacaciones de Navidad. "Desde que estoy en Lecároz - anota el P. Emiliano (1-1-1928)--- hoy por primera vez no hubo misa canta– da". El gusto ha evolucionado profundamente; no es aventurado atribuir el he– cho al influjo del P. Donostia y colaboradores. Persiste alguna misa de Perossi, Ravanello, Valdés y Goicoechea, pero los fervores se centran en Viadana, T. L. Victoria (misa "Quarti toni" y "O quam gloriosum") y el gregoriano, se aprende la de Recife, la "Salve Regina" de Stehle y una de Cosset (1620-82); es usual el "et incarnatus" de la misa "sine nomine" de Anchieta transcrito por el P. Donostia. En el "Catálogo general de las obras musicales" de los años 30, se cuentan 76 autores con 113 partituras (una cuarentena orquestadas), amén de casi una docena de misas de difuntos; no constan en dicho catálogo las úl– timas novedades. A partir de esta década las misas cantadas se restringen radicalmente, sin duda por el menoscabo de las horas de ensayo en favor de los estudios y por compromisos del profesorado en asistencia a capellanías y parroquias. El pa– réntesis de la guerra supuso un cambio drástico en la vida musical. Con desga– na anota el cronista Domingo Madurga "ha habido ensayos corales como to– dos los jueves... la misa es como todas las de este año y al final cantamos lo que ensayamos el jueves... Con el P. Rector (!) ensayamos unos cantos para can– tar después de la misa del domingo... son bastante conocidos" (enero 1937). Pese a todo, el grupo de tiples intentaba mantener siquiera la nostalgia de la polifonía. Aunque apenas se mienta la música, se adivina que desde el año 41 renacía el movimiento musical con la reposición de algunas "obras de orfeón" (P. Otaño, Morera) y la puesta a punto, una vez más, de las misas de Stehle, Refice, Perossi, Goicoechea, Valdés, etc.; se estrenó la Missa Choralis del P. Legarda (1944), " trescientas voces cantaron con entusiasmo la misa de Pío X" (1957) y hasta en la década del sesenta sonaron algunas de estas partituras por empeño del profesorado. La introducción de la lengua vernácula arrumbó todo este acervo musical; por otra parte el estilo de vida propiciado por el Colegio Nuevo hace que carezca de sentido el esfuerzo que tales obras exigen, ya que todo el alumnado apenas se reúne en dos o tres ocasiones en la iglesia. La Misa del P. Hilario en honor de Ntrª Sª de Echálaz fue tal vez la última que se apren– dió, interpretándose en la fiesta de la Patrona, acompañando al órgano el autor (1965). Desarrollar el capítulo referente a motetes desorbitaría la extensión de este artículo; eran el adorno habitual de las misas del Colegio en los domingos y fiestas. Además del rimero de motetes propios del tiempo o de ciertas devo– ciones, habitualmente se cantaban Ave María y Salve, Tantum ergo y Te Deum. 270

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