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-64- 3. 0 La enmienda de los propios defectos.-Ya 1a piedad acompaña siempre la enmienda de los propios defectos. La vocación misional no es un mérito propio; a veces los llamados no son los mejores. De los dos a– póstoles más grandes que han pasado por el mundo, el uno era perseguidor de la Iglesia y el otro fué perjuro y apóstata. Aun después de poseer el don procioso del a– postolado se sigue siendo caprichoso, distraido, deso– bediente, rebelde a la disciplina, lleno de amor propio, ligero; es, decir, que seguimos siendo hijos de Adán a pesar de ser aspirantes a misioneros y no nos queda más remedio que luchar contra nuestras malas inclina– ciones, con tanto mayor empeño cuanto mayor sea el aprecio que tengamos de nuestra vocación. Ya que se– ría inútil esperar que esta arraigase bien en su corazón vicioso y en una voluntad ante el zarzal de los propios defectos. Y si desde jóvenes no nos acostumbramos a la lucha con nosotros mismos, la vida del apostolado nos ha de dar más de una sorpresa desagradable. No debes creer oh jóven aspirante, que tu futuro lugar de residencia ha de ser como una roca inaccesible a los ti– ros del enemigo o que la vida del misionero sea algo así como un torneo en el que el demonio hace siempre el papel de vencido. También en las misiones se lucha, se sienten rugir las pasiones y hasta a veces se cae. Necesario es, por lo tanto, reforzar a tiempo con buenos propósitos y só– lidas virtudes los lados dé bites que en tí encuen– tres. Y esta enmienda de los propios defectos es lo que quita los impedimentos, que se oponen a la vocación

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