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-63- fervor no ordinario y continuo, que nos haga ser deli– gentes en el cumplimieqto del reglamento y del hora– rio, en la delicadeza de conciencia, en la corresponden– cia a las inspiraciones divinas, en la vigilancia sobre no– sotros mismos, en la caridad hacia los otros muy ajena a los juicios temerarios y a la murmuración, así como a los corrillos y amistades particulares, en fin, esa pie– dad se ha de manifestar en un gran espíritu de oración y mortificación. Todo lo que aumenta la piedad del as– pirante a misiones demuestra tambien su vocación y se– ría un absurdo pretender tener esta sin aquella. Naturalmente que la piedad tenderá a desarrollar y arraigar con preferencia aquellas virtudes que son más propias y provechosas para el misionero católico, co– mo la paciencia, el espíritu de fe, la confianza en Dios, el amor al sufrimiento, la caridad, y un continuo reco– gimiento o vida interior. Entre los Santos de su devoción dará preferencia a los que fueron misioneros, leyendo su vida, imitando sus virtudes y adoptando los medios ingeniosos que ellos emplearon para guardar celosamente y aumentar su vocación. Es indecible el fruto espiritual que se saca de tales ejercicios hechos con deseo de perfeccionarse. La virtud y los ejemplos de los sanbs misioneros son como el rocío que cae como la yerba que nace, como el polen, que se adhiere a las flores reden abiertas para fecundarlas. Al calor de sus ejemplos se siente fortifi– carse de día en día la vocación y cuando el demonio, el el mundo, la carne se unen para dar asaltos terribles, nos encontramos ya fuertes e invulnerables a sus ata– ques.
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