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-62- sionero las mismas palabras que Jesucristo dirigió a sus apóstoles: «Si vuestra virtud no fuera mayor que la de los Escribas y Fariseos no entraréis en el reino de los, cielos.» Por Jo tanto su piedad debe ser mayor que Jo ordinario de las gentes porque esa es la condición exi– gida para recibir los dones de Dios. Se ha hecho clásica la pintura que Mons. Raford hace del misionero católico. «El misionero-dice-debe tener una fidelidad y una firmeza inflexibles, una pro– funda humildad, una paciencia incansable, un perfecto desapego de las cosas del mundo, un absoluto renun– ciamento de si mismo y de su propia voluntad, una re– signación completa a los deseos de Dios, un amor in– saciable de padecer, una profunda aversión a los place– res ilícitos de la carne y del mundo, una simplicidad in– fantil, un celo siempre nuevo, una dulzura evangélica aún en las circunstancias más críticas de la vida, una fe inconmovible, unida a una paz y equilibrio perfectos de espíritu que descansen en )a convicción que producen las verdades, una esperanza libre de desalientos, aún cuando todo parezca humanamente perdido, una caridad sin límites y con todos un corazón inflamado de tal ce– lo, que ilradie su calor hasta el último confín de la tie– rra, levantando al cielo todo lo que toque.» Nadie ciertamende ha de exigir todas estas virtu– des a un joven aspirante a misiones, pero al menos de– be tender hacia ellas con un deseo sincero y esforzarse en arrojar desde el principio sus fundamentos. Una vo– cación misional que no apoye sus raíces en la piedad, será siempre una vocación sospechosa. Esta piedad debe manifestarse al exterior en un

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