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-54- , civilizados como de los bárbaros, de los que poseen el don preciosísimo de la fe como de los que todavía duer– men en las sombras de la muerte. Por lo tanto, así co– mo sería un absurdo el pretender que todos los sacer– dotes abandonasen sus parroquias y Conventos con el fin de empuñar la cruz del misionero, así también sería un grande error el falsear el verdadero concepto de las vocaciones Misionales haciéndolas imposibles. Considerado el asunto desde este punto de vista, no debiera existir cuestión sobre la vocación misional y más que indagar los motivos que inclinan al joven a marchar a las misiones, debiéramos investigar las ra– zones que nos pueden dispensar de hacerlo. 4. 0 ¡Fuera el miedo!-¡Fuera, pues, los vanos temores, mis jóvenes eclesiásticos, y si sentís nacer en vosotros un nuevo deseo, el deseo de ir a misiones, no lo tengáis como cosa sospechosa, antes bien, acoged con gratitud y alegría este primer gérmen de una gra– cia extraordinaria que se dispone Dios a concederos, llamándoos a ir tras El en el apostolado de las almas. Sobre todo ¡cuidado con la falta de resolución y la co– bardía! Aconséjate de personas prudentes y de concien– cia, pero una vez que estés seguro del di\•ino llama– miento, no vuelvas a poner sobre la balanza ,.tus dudas y tus temores, sino responde con resolución: «Ecce ego, quia vocasti me,» aunque no sea sino para que el Señor, que no quiere en su servicio espíritus pusilá– nimes, no retire de tí el talento precioso de la vocación

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