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-48- ir a misiones y de ellas hemos de hablar cuando trate– mos de la «Patología misional. Por el momento, a fin de hacer desaparecer cualquier equívoco, que pu– diera originarse de cuanto hemos dicho acerca de las señales que existen para conocer las verdaderas voca– ciones misioneras, bástenos recordar que tales señales no deben constituir el programa educativo de la juven– tud, algo así como una condición absoluta y una prue– ba infalible de las mismas, ya que en ello puede in– fluir enormemente el carácter de cada uno y resultar que una vocación, al parecer segura, desaparece casi de repente por causas imprevistas, mientras al contra– rio se ven surgir las vocaciones, donde nadie humana– mente hablando las hubiera esperado y lo que a veces es más curioso, en individuos, que por su modo de ser parecían absolutamente refractarios a la vida de las misiones. Valga por todos el siguiente ejemplo. En lo que menos pensaba yo-escribe el jesuita Gonnet– era en ir a las misiones de China. Hasta me atrevo a decir que sentía una repulsión instintiva hacia seme– jante idea. Nuestros tres primeros misioneros, que ha– bían partido para Scianghai hacía dos años, pedían más personal y los Superiores se ocupaban activamen– te en preparar una segunda expedición. Sonriéndome interiormente me repetía con frecuencia: «¡Con tal que no se acuerden de mí!» El 21 de Junio, fiesta de San Luis, ayudé la misa al Rdo. P. Rector el cual una vez que volvimos a la sacristía, me dijo: «Hermano Gon– net, después del desayuno véngase a mi cuarto.>) Al oir estas palabras exclamé para mis adentros: « ¡Ay,
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