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-45- llevando, sin que ellas mismas se den cuenta, a la rea– lización de sus misteriosos designios. «Adhac paer-se lee en las lecciones de S. Fran– cisco de Sales-manifestis indiciis apostolico mu– neri, quod erat pastea susceptarus, praelasit.» Y esta es la historia de la mayor parte ·de todos nuestros grandes misioneros. 2. 0 El celo de las a!mas.-Si estas señales son verdaderamente obra de Dios no tardarán en ir tornan– do mayor relieve, acentuándose y fortificándose cada vez más, a medida que aumenta la edad y con ella la gracia del cielo. Pero digamos algo de las señales de una verdadera vocación, las cuales según San Buenaventura se redu– cen a tres. 1. 0 -La autoridad del que envía. 2.º-El -celo de las almas en el que es enviado y 3. 0 el fruto, es decir, la conversión de aquellos a quienes es enviado. De esto último hablaremos más adelante. Lo primero tenía lugar en los buenos tiempos en que se vivía de una fe mucho más intensa que la nues– tra, cuando el mandato y aun solo el deseo del Supe– rior bastaba a poner en viaje a un apóstol hacia regio– nes lejanas, peligrosas y difíciles. Hoy ya no es lo mis– mo. Y si para ir a misiones se tuviera que esperar al mandato del Superior, probablemente no llegaríamos nunca a ser misioneros. El simple permiso ha venido a sustituir al mandato y en la mayor parte de los casos,

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