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-38- viendo aquellos pobres isleños, aquellos idólatras, aque– llos antropófagos, que el demonio tiene bajo su poder, extendiendo hacia mí sus brazos suplicantes y dicién– dome a gritos, que me llegan al alma: «¿Quien disipa– rá nuestras tinieblas? ¿Quien romperá las cadenas de nuestra esclavitud? ¡Ven a socorrernos! (P. Manna. «Operarii... etc.) En fín, para terminar con esta larga enumeración de hechos que podría prolongarse indefinidamente: «¿Qué llegaré a ser yo?-preguntaba cierto día con humildad el célebre caballero apóstol a su primo Juan. -¿Qué llegaré a ser yo? No veo para mi vida sino tres caminos. No puedo ser párroco y sin embargo quisiera ser sacerdote. Seré, pues, bandido, monje o caballero ... -«Juan-le decía al mismo en otra ocasión.-Ten- go que darte una gran noticia. ¿Lees tú los Anales de la Propagación de la Fe? -Sí que los leo. Como que estoy suscrito a ellos. -Yo también estaba suscrito, pero no los leía. El otro dia leí un número por casualidad y te aseguro que encontré cosas prodigiosas. ¡Que hombres, primo mío, esos misioneros! Yo me voy con ellos; es cosa ya hecha. Me iré a la China. Esta es la gran noticia que quería darte.» (Un cavaliere apóstolo) En vista de todo esto podemos concluir con el P. Tissot: «Es un fenómeno admirable y glorioso. Los es– peculadores y traficantes ensalzan y exageran las rique– zas, la salubridad, la poesía de un pais con el fin de a– traer hacia él a los colonos y pobladores, pero no siem– pre lo consiguen. Los »anales de la Propagación de la Fe» por el contrario no nos hablan sino de privado-
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