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CONCLUSIÓN Sal, ahora, a campo abierto, oh joven m1s10nero, y prepárate como valiente a reñir la~ batallas del Se– ñor. Tu misión es de Dios y El se cuidará de demostrar~ 1o. Si no se te da a tí como a los apóstoles el don de milagros y si no llegas a convertir reinos enteros como algunos santos misioneros de la antigüedad los convir– tieron, piensa que una sola alma vale bien la pena de haber abandonado por ella patria, parientes, hacienda y haber hecho miles de kilómetros para encontrarla. Cada día se te hará más patente la asistencia divina y ,con ella crecerá tu confianza en Dios y en tu propio ministerio y podrás pensar tranquilamente y con alegría en los años de la eternidad. Que ninguna duda te abata, que ningún temor te detenga. Si el ejército enemigo tiene en la persona de Lucifer un caudillo formidable, nuestro capitán Jesucristo es mucho más potente que él. San Juan lo vió en el momento de salir para la victoria: «Exivif vincens ut vinceret,» y son ya casi dos mil años, que combate deshaciendo toda clase de enemi– gos, secundado por su caballería ligera, los misioneros. A tí te ha hecho el honor de ser uno de sus caballeros. Combate, pues, como valiente y haz honor a tu capitán. Además, si es dulce, aun en esta vida, amar y ser amado, inmens& creo yo que ha de ser la alegría, que experimentaremos el día en que encontremos en el se-

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