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-331- Iglesia católica de poder oponer, a las pocas mujeres ,que manda el Protestantismo, esas verdaderamente le– giones de vírgenes católicas, llenas de abnegación y de ese espíritu de proselitismo, que Jesucristo supo :inspirar a todos sus apóstoles, etc. Este es, oh hermana misionera, tu gran campo de acción y los verdaderos motivos sobrenaturales, que -deben tenerte santam1snte orgullosa. Pero aun cuando todos estos motivos vinieran a faltarte, tienes todavía uno que vale por todos y que es la verdadera palanca de Arquímides del apostolado ,católico. Me refiero a la oración. Recógete, como la Virgen, al pié del tabernáculo y allí defiende sin des– ,canso la causa de los pobres idólatras y pecadores ;pide para el misionero el celo y el éxito de sus fatigas y pre~ dicaciones. «No debe maravillamos-dice el Ven. Eymard en su mes de Nt-ra. Señora»-que los apóstoles convirtie– sen con tanta facilidad naciones enteras, teniendo co– mo tenían a María arrodillada a los pies de la Miseri– cordia infinita, suplicando por ellos a la bondad del Se– ñor. Su oración era la que convertía a las almas. Y co– mo toda conversión es efecto de la gracia, la gracia es -efecto de la oración y la oración de María no podía ser desatendida, por eso los Apóstoles tenían en esa Madre de Bondad su mejor Auxiliadora.» He aquí, pues, oh hermana, lo que tú puedes ha– .cer y aunque ·no hayas hecho otra cosa en tu vida, ha– brás hecho ciertamente bastante. ¡Feliz el pedazo de iierra misionera, cuyas vírgenes realizan el holocausto ,de sí mismas por la conversión de los pecadores y tie-
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