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-330- riora, ni ningún otro, quienes te exigen un trabajo difí– cil, o una cosa pesada, sino que es el mismo Jesús, tu Esposo, a quien entregaste voluntariamente todo cuan– to tienes, alma, cuerpo, fuerzas, salud, tiempo, vida; es El, Jesús, quien te envía esas pequeñas pruebas pa– ra que ganes méritos, te purifiques y te hagas mejor. Ten cuidado de 'no inutilizar sus designios con algún acto de impaciencia o con alguna palabra arrogante, lo cual es muy fácil y por eso se hace necesario que te acostumbres a vivir continuamente en la presencia de Dios y pedirle todas las mañanas, al encontrarte con Je– sús, que te dé una pequeña dosis de amabilidad y dulzu– ra. Ama, tolera, compadece siempre y mucho a todos, oh mi buena hermana, y ejercitarás de este modo en torno tuyo un admirable apostolado, semejante al que tuvo que ejercer la Santísima Virgen cuando estaba en Jeru– salén y Efeso. Algunas se lamentan de que en misiones no haya gran cosa que hacer. Esto no es verdad. Por el contra– rio la religiosa misionera tiene en todas partes un in– menso campo de acción, no menos importante que el del misionero. El santo bautismo procurado a los niños moribundos, la educación cristiana de la juventud, los niños salvados en peligro de muerte, la formación de buenas madres, la salud devuelta a tantos cuerpos, que también son obra de Dios, el buen ejemplo que da en todas partes, la escuela, alguna buena e importante vo– cación conseguida mediante la sinceridad de sus rela– ciones y la amabilidad de sus palabras, las conversio– nes que preparan con su trato lleno de sonrisas y su ca– ridad y paciencia inagotables, la gloria que resulta a la
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