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-329- 5. 0 La Religiosa Misionera en su campo de ac– ción.-Una vez que la obediencia ha señalado a la Hermana misionera el campo de acción en que debe emplear su actividad, sea la sala de un hospital, la far– macia, los pasillos y corredores, el cuidado de los ni– ños o ancianos, la portería, la cocina u otro trabajo más humilde, no discuta, no se pregunte a sí misma el porqué se lo habrán señalado a ella y no a otra, ni se crea in– hábil o indigna y mucho menos se sienta humillada, porque todo eso son tentaciones del demonio y del amor propio. Sino que debe aceptarlo hasta con alegría, pen– sando que es un honor muy grande el cooperar, aun– que sea indirectamente, a la propagación del reino de Jesucristo en países idólatras e infieles. Recuerde que por ese medio pertenece ella de derecho a la admirable y meritoria familia apostólica y es así la continuadora de la obra de la Santísima Virgen, como lo es el misio– nero de la de Jesús. Ningún empleo en los palacios de los reyes es más noble que el tuyo, oh hermana misionera y ningún títu– lo real puede compararse con el que te ha dado tu di– vino Esposo con preferencia a otras mucho mejores que tú. Muéstrate, pues, digna y agradecida, obser– vando escrupulosarnenle todas las obligaciones, aún las más insignificantes de tu minísterio, como si cada vez te las impusiese directamente el mismo Jesucristo. Porque en efecto, no es la hermana descontentadi– za, ni el enfermo repugnante y fastidioso, quien te pide cien veces el mismo servicio; no es la niña de la Santa Infancia quien, además de ingrata, te reclama de malos modos tus cuidados; ni es el médico, ni la misma Supe-

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