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-328- veras le ama y ¡he ahí que tú misma estás envuelta en una nube negra de desazones y desalientos. Pero ten ánimo, oh hermana. Las tempestades del alma, a seme– janza de las del mar, no son eternas. Mira a través de ellas el rostro paternal de Dios, que quiere probar tu virtud, reforzar tu fe y aquilatar tu caridad. Es tu Es– poso, Jesucristo, quien tal vez no está muy contento de tí a causa de tu habitual tibieza; de las faltas que advertidamente cometes en la pobreza y la obedien– cia; a causa de tu disipación, tu vanidad y tu orgullo. Es Jesús, que casi nunca te ve en la capilla a decirle una palabra de amor y que no recibe durante todo el día un sólo pensamiento de afecto y de gratitud de tu parte. Y es tambiénJesús, que tal vez ha querido po– ner sobre tí señales especiales de su predilección. Pero sea lo que quiera, de todos modos, oh her– mana, no dudes de que la calma volverá a tu espíritu y con ella renacerá de nuevo la esperanza, la alegría y el contento interior de tu alma. No olvides sin embar– go nunca que todas estas cosas forman el cortejo de Jesús y que no vuelven sino con El. Sin Jesús, aunque no tengas tempestades, aunque todo el pequefío mundo que te rodea esté de tu parte, aunque seas alabada, admirada, escuchada, temida... , la paz del corazón estará muy lejos de tí. Así sucede en tierras de misión, pero acaso ¿no sucede lo mismo en Italia, en Francia, en Espafía y en todas partes?
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