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-327- leprosería, siempre necesitarás un gran fondo de pa– ciencia, de humildad, de vida inü:rior y abnegación. Sólo de la raíz de estas virtudes puede brotar la alegría del alma, la santa libertad del espíritu y el arte dificilí– simo de permanecer siempre igual y equilibrada en to– dos los diversos acontecimientos de la vida misional. Y volviendo al paralelismo que existe entre el mi– sionero y la misionera, hemos de añadir, que mientras aquel es casi independiente en su campo de acción y de ordinario no debe dar a los hombres más que una lige– rísima cuenta de lo que hace o dél modo como lo hace, la misionera, por el contrario, debe obrar en medio de .un pequeño mundo de personas no siempre fáciles de contentar, como son el Vicario Apostólico, el Prefecto, el médico, el capellán, el director, la superiora, las Her– manas, los empleados de la casa, etc. ¿Quién podrá, por lo tanto, evitar, que cuando menos se piense apa– rezca, aun dentro del hospital, del orfanotrofio, de la escuela, de la farmacia, un poco de aire de discordia, de mal humor, de descontento? ¡Pobre hermana misionera! ¿Valía la pena de ha– berlo abandonado todo, de haber hecho dolorosos y heróicos sacrificios, para venir a la misión y arrojarte tú misma a ese purgatorio, si es que muchas veces no llega a infierno? ¿Eran estas las sonrisas y caricias que te reservaba tu esposo Jesucristo y cuyas delicias lle– gaste como a pregustar en algunos momentos de ma– yor fervor, sobre todo después de la Santa Comunión? Llegaste animosa para decirle al pobre salvaje, al pobre idólatra, cuan dulce es el espíritu del Señor y hacerle gustar la paz grande que da al corazón que de

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