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-326- El misionero es de un modo especial el apóstol de la fe, la misionera es el apóstol de la caridad. En los países en que la mujer goza de derechos civiles, la mi– sionera sigue impertérrita al misionero en sus peregri– naciones apostólicas; continúa y perfecciona la instruc– ción de los catecúmenos, prepara a los niños y conver– tidos para recibir el bautismo, la confesión y comunión; preside los matrimonios cristianos, las reuniones de mu– jeres en la Iglesia, durante el tiempo en que se hacen las oraciones. En los lugares en que la mujer se en– cuentra atada al hogar por los prejuicios de tradición y de raza, la religiosa misionera se esconde tras las pa– redes de su casita y allí dentro ejercita silenciosamente los varios oficios de abnegación y caridad, que le con– fía la obediencia. El determinar lo que debe hacer la religiosa misio– nera incumbe a la Superiora. La larga experiencia que ella tiene de las necesidades y costumbres del país a donde tú has ido o vas a ir, te pondrán, oh hermana, a cubierto de amargas sorpresas y peligrosas equivoca– ciones y el oficio o trabajo, que ella te señalará y el cual debes tú aceptar siempre con buen ánimo, si no es a veces el que tú desearías o el que tus títulos y dis– posiciones merecen, será sin embargo siempre el más conveniente y necesario para el bien general de la misión. Por lo tanto ya sea que te manden a recorrer el país en todas direcciones con el fin de recoger y bau– tizar la infancia abandonada o distribuír medicinas en– tre los enfermos, ya sea que tengas que permanecer fi– ja en las salas de un hospital, de una escuela o de una
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