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-321- rias Iglesias que se fundaron, ayudándolas admirable– mente a consolidarse y extender el radio de su caridad y beneficencia. Por ejemplo la Iglesia de Efeso, que mereció tener como obispos propios a San Pablo y San Juan, tuvo a una mujer como compañera de fundación. No sabemos ni cual era su número, ni cual su or– ganización, pero debieron ser un número bastante re– gular ya que San Pablo, solamente en la carta a los Romanos nombra a once y nos consta que toda Iglesia poseía un pequeño número de ellas. Y podemos decir que en general supieron mantenerse a la altura de su misión y justificaron de este modo la confianza, que en ellas habían puesto los Apóstoles, como se ve clara– mente por sus cartqs. 2. 0 Un ejército de sagradas amazonas.-E1 tipo de la mujer misionera no ha faltado nunca en el se– no del Cristianismo, formando sobre todo en nuestros días, algo así como un ejército de sagradas amazonas, que ostentan los más variados uniformes. Unas vestidas de blanco, otras de negro, otras de gris, otras de ma– rrón, otras de azul; estas se cubren de amplios velos, aquellas van cubiertas de simples tocas; pero todas, moviéndose ordenadas y sonrientes al compás del him– no misional, marchan en el nombre de Jesús y de su Santísima Madre, a la difícil conquista de las almas. Ni San Pablo, con su penetrante visión del porve– nir, pudo imaginar una tal organización, ni se le ocu- 21 • <

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