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-311- de la misión. Jesucristo quiso asociar a su obra divina a un número relativamente grande de colaboradores y ningún Obispo ni Vicario apostólico, por activo y sabio que sea, debe ni puede hacer lo contrario. Toda misión es como una familia pequeña y como en toda familia es necesario que haya alguno que mande y otros que obe– dezcan, por tanto aquel como éstos están ligados entre sí por una especie de contrato en favor del bien común. Sin que pretenda con esto enseñar a los que el Espíritu Santo ha puesto para gobernar su Iglesia, me parece que el mejor medio de conservar la paz y la ar– monía en un Vicariato de Misiones, en el que tal vez hay elementos muy distintos por razón de su nacionali– dad y en consecuencia, distintos tambien en educación, en costumbres y hasta en el modo de ver las cosas, es el de poner un Superior, que sepa captarse la confianza, el respeto y la estima de sus súbditos y de los cuales, a su vez, sepa escuchar con amabilidad el parecer y las razones, para ayudarlos y estimularlos en todo lo que pueda, tolerando al mismo tiempo con prudencia aque– llas cosas, que no redundan evidentemente en prejuicio del bien común o privado, ni son tampoco contra el ho– nor de Dios. Un Superior. que considere y tenga en cuenta el caracter y disposiciones de cada uno, las ne– cesidades de las almas y de los cuerpos; un Superior que sepa compadecer y disimular las primeras e inevi– tables faltas, que casi todos los nuevos misioneros co– meten al principio del apostolado y que, si se ve obliga– do a correguir, tome por modelo la bondad y la manse– dumbre del Corazón de Jesús, que con la corrección atrae las almas y las conmueve por la delicadeza con

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